golpes e insultos, una realidad.

Crecí en una casa donde mi madre fue golpeada, abusada, reprimida por mi padre. La vi sangrar,llorar, sufrir, perder su vida poco a poco. A lo mejor estaba viva, pero al mismo tiempo estaba muerta.

Cada golpe que le dieron, de alguna forma me lo dieron a mí. Quebraron mi infancia, entristecieron mi niñez, apagaron mis sueños. El miedo y la inseguridad eran mis acompañantes, la soledad mi amiga de todos los días. ¿Y quién se daría cuenta de tanto dolor?¿Quién podría imaginar lo que pasaba debajo de las apariencias? No podía pensar en “mañana” solo pensaba en ¿Qué será lo que pasará hoy?¿Otro golpe?¿Otra patada?¿Tirón de pelo?¿Estará viva cuando llegue de la escuela?¿Estará muerta?¿La habrá golpeado?¿Estará bien?¿Estará mal?

Mi única felicidad era su ausencia, porque su presencia me causaba miedo y rabia. Podía mover un montón de sentimientos dentro de mí. En mi adolescencia, comencé a sentir odio por ella también, porque permitía una y otra vez lo mismo. Un círculo enfermizo de maltrato. Por algún lugar comenzaba, luego se cerraba y luego volvía la rueda de nuevo.¡No tenía fin!

Una noche de navidad, nos sentamos con mis abuelos, mis primas y mi mamá a cenar en el patio de la casa de mi tía. En medio de risas y comentarios, mi mamá guardaba una mirada triste y creo que yo también. Algunas cosas, sobre todo los niños, no las pueden disimular y otros, no las saben captar... pero ella y yo estábamos en medio de una celebración que era incompleta. Faltaba mi padre una vez más, eso marcaba una ausencia en mi corazón y en el de ella y a la misma vez un alivio. Alivio porque él era muy impredecible; nunca sabíamos que iría a pasar, si era para golpear a mi mamá o amenizarla con un arma blanca o solo para indultarla o patearla.

Esa noche justamente interrumpió la cena llegando sorpresivamente y pidiéndole a mi mamá que saliera para hablar con él. Mi mamá se levantó, salió, y los que quedamos a la mesa comenzamos a escuchar las malas palabras, los insultos de él a mi mamá, la familia quedó inmóvil. Yo como siempre con miedo de que matara a mi mamá. Después de unos minutos me llamó a mí, ¿Quién sabe que podría el necesitar de mí? Pero sin más, solo me dijo: ¡tú tienes la culpa de todo! Lo único que pude hacer es soltarme a llorar, mi abuela, una mujer muy fuerte salió y me dijo: ¡“vení para adentro”! Yo fui corriendo para adentro y me acosté llorando varias horas hasta quedar dormida, al despertar mi madre y mi padre estaban tomando mate como que nada había pasado.

No se que fue lo que me dolió más. Si la culpa que me colgó mi padre en el cuello o si volver a ver a mi a mamá con él como que nada había pasado. Las palabras y las acciones también golpean, golpean el corazón, golpean la mente y golpean el alma de la misma forma que un golpe físico.

De pronto en un momento cuando pensé que ya no había nada que cambiara mi vida, cuando ya nada valía la pena, llegó Jesús cambiando todo en mí, sanando mis heridas, curándome, restaurándome, me levantó y me enseñó a volver a caminar. Se llevó todos mis enemigos: el dolor, el miedo, la culpa, la tristeza, etc. Todos los que de algún modo me imposibilitaron dejándome postrada emocionalmente. Me dio el fruto de su Santo Espíritu: paz, amor, gozo, templanza, benignidad, bondad, mansedumbre, paciencia, fe. Si estás leyendo esto es porque también se está acercando a ti. Déjalo entrar a tu vida y transfórmala como solo Él lo puede hacer.

Autor de la foto Melanie Wasser

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